La memoria pedagógica. Prólogo a Recuerdos de antaño, de Elvira Aldao. Editorial Buena Vista 2011. Por María Teresa Andruetto
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Entre las olvidadas que es importante recuperar, están las es-critoras del Ochenta, las mujeres de la generación que heredó el país después de la caída de Rosas y que, alentada por su fe en el progreso y su mirada eurocéntrica, comenzó un programa de organización nacional cuya impronta tiene todavía fuerte presencia entre noso-tros. Elvira Aldao pertenece a esa generación. Escribía de modo sos-tenido, se consideraba a sí misma una escritora, publicaba regular-mente, tuvo reconocimiento y expresaba en sus escritos ideas pro-pias de su tiempo y de su condición. En la mayoría de los aspectos, las mujeres del Ochenta no eran muy diferentes de sus colegas varo-nes, creían en los postulados positivistas del progreso material y compartían con ellos el afán de viajar y conocer otras culturas, en particular la francesa. Sin embargo, la condición de género las colo-caba en un lugar distinto, porque aunque eran adineradas y perte-necían a la clase que dirigía los destinos de la nación, llevaban vidas diferentes de las de los hombres y eso produjo en sus escrituras preocupaciones también diferentes. Observar esas escrituras permite encontrar ciertos desvíos de la tradición literaria ejercida por los va-rones y de lo esperable en la sociedad a la que pertenecían. Para lle-var adelante sus proyectos debieron sortear, aceptar o soportar los tabúes que definían la respetabilidad femenina y las condicionaban en sus vidas privadas y su desarrollo literario. Algunas supieron en-contrar modelos en el joven pasado de la patria y se vieron inspira-das por Juana Manuela Gorritti, Clorinda Matto, Juana Manso, quie-nes tuvieron roles claves (escribieron, debatieron ideas, fundaron re-vistas, organizaron tertulias) en la defensa de la causa femenina. En ese ambiente fue sin duda una gran ventaja pertenecer a la élite polí-tica y cultural del país, tener la familia y las conexiones necesarias. La mayoría de ellas las tuvieron. Elvira Aldao de Díaz era hija del político y colonizador Camilo Aldao, se codeó con las personalida-des más descollantes de su tiempo, tuvo una vida por todo lo alto (viajes a Europa, salones parisinos, temporadas de descanso en el Mediterráneo y fiestas en barcos de primera) y a edad madura es-cribió sus memorias y comenzó a publicarlas. Sin embargo, pese a los beneficios que su condición le proporcionaba (contó con la venia de editores y de críticos y tuvo en su momento gran aceptación), no pudo evitar ciertos obstáculos como la furia de un hermano, el es-critor Martín Aldao, quien molesto por algunos pasajes indiscretos de su libro Recuerdos dispersos, adquiere todos los ejemplares y los destruye. Este hecho la vincula en algún punto con otras artistas del siglo diecinueve y primeras décadas del veinte amordazadas por hermanos, padres o maridos por excederse en lo que les estaba per-mitido decir.
La cuestión central para las escritoras del Ochenta fue, como para los varones, la fe en el progreso tecnológico. Pero interpretaron que ese progreso tenía que incluir reformas en los derechos civiles y bregaron por el derecho a la educación y a trabajar fuera de la casa, tal vez sin saber cuánto iba a modificarse a partir de esos cambios la sociedad de la que formaban parte y de cuyos beneficios disfruta-ban. A veces renovadoras y en algunas ocasiones de avanzada en lo que respecta a los derechos civiles, ellas fueron en su mayoría con-servadoras en lo que respecta a los derechos económicos y sociales de la clase a la que pertenecían. Cambiar la dinámica en el seno de la vida doméstica, implicó quizás más de lo que pudieron prever el cambio en otras relaciones de poder. Hoy, a más de un siglo de distancia, algunas de sus preocupaciones vitales y sus batallas son todavía nuestras, a la vez que los privilegios materiales de la vida que vivieron están tan lejos de nosotras como los personajes de un cuento de hadas.
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Recuerdos de Antaño podría inscribirse en una serie de obras confesionales de la literatura argentina en las que la intimidad se transforma en experiencia ética (Alberto Giordano, El giro biográfico de la literatura argentina actual, Mansalva 2008). Un libro de recuerdos de infancia y juventud a enhebrar con otros libros de memorias an-teriores y posteriores, escritos por varones o mujeres durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, un abanico de obras muy disí-miles que van desde Recuerdos de provincia de Sarmiento, Mis me-morias de Lucio V. Mansilla, Carta confidencial de Carlos Guido Spa-no, Juvenilia de Miguel Cané o Mis montañas de Joaquín V. González hasta este libro de Elvira Aldao o los Cuadernos de Infancia de Norah Lange y los primeros Testimonios de Victoria Ocampo.
En los relatos autobiográficos de infancia, la historia y el espa-cio social en que los protagonistas/ escritores vivieron, obran de manera directa sobre las vidas y condicionan sus versiones. Así pue-de verse en ellos, además del pasado de quien relata, la construcción de una época y advertir de qué manera y con qué fines se miran los escritores a ellos mismos y desde qué necesidades, condiciones e in-tereses seleccionan o recortan los recuerdos y el olvido. En el marco de esta literatura que es a la vez experiencia de lo íntimo y de lo pú-blico, Elvira Aldao recupera con graciosa nostalgia la juventud per-dida y al mismo tiempo tiene ideas muy precisas acerca de su mun-do y del lugar que en él ocupa. El suyo es un programa que -pese a la exposición de sus asuntos- no entra en crisis con lo hecho o pen-sado, ni ofrece flancos o zonas de riesgo para sí, ni pone en cuestión principios, valoraciones e intereses. No aparecen en el recuerdo zo-nas en las que la narradora, a la vez personaje central, se muestre en aspectos inadecuados o incómodos, ya que la mujer/escritora habla siempre desde el sitio (la edad, la condición, el lugar de poder y de respeto ganados) desde el cual se puede apreciar lo vivido tal y como debía ser, es decir como una exhibición de la mejor vida posible.
Recuerdos de Antaño tiene como pie de escritura un lugar y una fecha: Mar del Plata 1930, el año de la destitución de Irigoyen, el gol-pe militar de Uriburu y el comienzo de la década infame. Elvira Al-dao declaradamente anti irigoyenista y decidida propulsora de “la modernidad tecnológica y de costumbres” pertenece al anti-guo régimen, el que a través del golpe de Uriburu pretende restau-rarse en la presidencia. En lo literario, aunque han pasado tres déca-das del nuevo siglo, ella es claramente una escritora del siglo XIX que publica su libro más programático que nostálgico en el mo-mento en el que una joven Victoria Ocampo da a conocer sus prime-ros escritos y apenas siete años antes que Norah Lange convertida en musa de la vanguardia y abiertas las compuertas a lo experimen-tal publicara sus Cuadernos de infancia.
La escritura pretende, a juzgar por el prólogo que la precede, mostrar la transformación de las costumbres y el salto tecnológico llevado adelante por las políticas nacionales desde su infancia. El re-lato es fresco, busca sin alambicamientos la precisión del recuerdo, compara el ayer con el presente y saca conclusiones, contrapunto en-tre lo vivido en la infancia y la reflexión llevada adelante en la ma-durez.
imperdonable su publicación si no surgieran de ellas algunas im-presiones de interés general: las que se imponen por contraste, entre la in-genua sencillez de nuestras costumbres hogareñas y sociales, en el retro-traer de unas décadas con los hábitos, cultura y refinamientos de la vida ac-tual. Extraordinaria transformación, efectuada en un lapso tan relativa-mente corto, que ha permitido disfrutarla a la misma generación, la que se va extinguiendo… (…) a la misma generación que no conoció en su infan-cia y primera juventud, las ventajas del confort moderno, ni los halagos es-pirituales que hoy se ofrecen sin buscarlos
En ese contrapunto que va del pasado de la escritora al mo-mento de la escritura, aparecen las ciudades europeas, las tías y ami-gas de su madre, la moda, los juegos, los libros que se leen, las cos-tumbres, las comidas, el trato con la servidumbre, al servicio de mostrar cómo se educa y se construye una mujer de su condición y por ende, cómo se ha construido la mujer que esta escritora es. En el trasfondo pasa la vida política, la polémica de Sarmiento con su pa-dre, cierto desprecio por los advenedizos, los bailes en honor de po-líticos hoy consagrados en el panteón nacional, el tránsito de todos ellos por su casa, el rechazo furibundo a Irigoyen… Esto alternado con deliciosos relatos sobre comidas y postres, el pato casero con sal-sa de maní preferido por el padre, la mezcla de cocina criolla y “al-gunos platos franceses, ya en auge en Rosario”, los postres “com-pletamente criollos: la pasta de almendra, con alta torre de pasta de maní…, destacándose entre estos dulces el de limón sutil, de Santa Fe, enviado especialmente por mi tía Carmelita para el día de papá”, los viajes, las fiestas en los barcos - verdaderos palacios flotantes-, los grandes salones de baile donde la niña nacida en Rosario ve bai-lar a la princesa de Faucigny Lucine, el descubrimiento del tango en “el magnífico transatlántico La France, en excursión a la isla de Wight, en un día de regatas reales”, el prestigio de los animadores del gran mundo parisino, las temporadas de refugio en la costa fran-cesa durante la primera guerra mundial. Confesión de que se ha vi-vido destinada a las mujeres de la nueva generación, para que pue-dan apreciar cuánto se avanzó en las costumbres y en las facilidades de la vida.
Es arriesgado escribir impresiones de infancia y juventud expo-niéndose al público en bandeja, cuando no se tiene para ello representa-ción especial, ni autoridad intelectual. Si me he atrevido a tanto, es por con-siderar que en los casos generales, las impresiones infantiles y juveniles, más que personales, representan la infancia y juventud de una misma épo-ca. (…) Estoy cierta que mis contemporáneas especialmente mis compro-vincianas encontrarán que la mayor parte de las cosas de mi niñez y ju-ventud son las mismas suyas. Y la juventud de esta época, de avanzada ci-vilización y amplia libertad, podría darse una idea de la juventud de sus a-buelas… (…) sí, espero que la gente joven pueda darse de aquellos tiempos (cuyo atraso y candor les causará asombro) una idea sucinta, pues estas páginas…., dice Elvira Aldao en las líneas finales de este libro, justo cuando el mundo comienza a ser otro y lo que causa asombro o im-pudicia o candor es no tanto el pasado de la escritora sino su modo de vivir el presente, un presente que es de antaño para las nuevas generaciones de mujeres, ya preocupadas por otros asuntos.

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