A libros quemados, mujeres que escriben. Prólogo a "El lujo", de Lola Larrosa. Editorial Buena Vista 2011.  Por  Vanesa Guerra

I
Rosalía no está en su sitio, ha palpitado (intuye-sospecha) otra realidad, esto es: otro sitio que la mueve íntima y no tan secreta a gestos y ensueños que la enardecen hasta el desfasaje y desencuen-tro de los planos que habita.
Cómo salir de ese sitio no suyo, si aún siquiera sabe cómo es que está ahí; cómo salir con la fuerza presentida y presumida de sus gustos propios (e impropios) hacia lo intuido y destellado; cómo, porque el deseo primero se intuye, destella alguna cifra extra-vagante y después, o mientras tanto, duele, duele en su espera, en el tiempo que transcurre hasta descubrir la cifra de ese destino, duele en aquello que preludia la acción que habilitará un pasaje y nos exi-liará de donde no se es y a fuerza creímos haber sido.
En los interiores abiertos que nos habitan, es de un exilio del que se nos habla:
Partir de sí y llegar a sí, como si se fuera otro.
II
¡Tengo un mundo dentro de mi cabeza! ¿Cómo ir?
Rosalía es nombre que anida a Larrosa, y en una sonoridad lúdica, si pierde una i y pierde una r, sólo resta ir: ir es nido verbal que aloja un saber certero sobre cuánto puede un libro abrir- zanjar caminos en la vida. Escribir, bien lo saben estas mujeres (la escrita y la que escribe) muta vidas, planos, subjetividades, reinventa, funda. El lujo es andar con la pluma cuando asume el poder de la navaja. Y esta Rosalía-Larrosa, amable lectora, ha gestado -pues ha sido preñada y premiada por otras letras- un mundo nuevo que le arde en la cabeza. Y cuanto más le queman los libros, y cuánto más le dicen que no y que cruz diablo, ella, mujer que anida en el verbo, va, abierta, va.
III
Es muy triste morir en este rincón sin haber visto otros horizontes. Pero qué cosa. Una mujer que desea algo más que un hombre, algo más que un hijo, algo más que árbol, algo más que un libro, algo más que un Cristo y un paño, algo, más allá de un horizonte que semeja un alambrado quieto, y, si acaso no es bruja, ni pecadora, ni pródiga hija, una mujer así, pues, ¿qué cosa es?
Es un Lujo, una Encendida, pura Lava.
IV
De la hazaña (vida y obra) cuentan –temerosas- las palabras de Don Alberto Navarro Viola que, lejos de ejercer su oficio de crítico literario, se va de boca en una reacción y le escribe: que desvíe con provecho las tendencias de su espíritu hacia rumbos más propicios y acaso de más vuelo para su corazón de mujer.
Es que una mujer así complica las reglas, alborota, desordena.
Larrosa trabaja como escritora y periodista, es una rareza de la época, celebrada por otras raras lindezas pensantes sudamericanas que se cuidan como quien cuida un jardín por los frutos de verano, y allí estaban, a veces codo a codo, en reuniones, cónclaves, cartas, revistas, diarios; entonces un hombre así -tan inquieto y precipitado por estas féminas atrevidas- forma parte de la ficción y afición diaria en esa Buenos Aires Rioplatense de fines de siglo XIX, por tanto, Larrosa no va a detenerse en los temores de los otros, pues ella es escritora, escribe, es su naturaleza y su trabajo. Qué ocurrencia, la de ése y la de otros que hoy no se nombran y al caso vienen, que una escritora deje de escribir, que una trabajadora deje de trabajar,
no simulan ser progresistas,
 (ay, figurar-figurar, no sólo es cosa de esta novela costum-brista, también es afán y condena de la época).
V
Esgrimía Josefina Pelliza una estrategia: la opresión de la mujer es anti progresista; para estos casos, la exigencia inherente al pro-greso, no siempre encontró hombres a la altura de la circunstancia y esa idea espadachina ponía a prueba los actos nacidos de los regí-menes masculinos; parecería que así como algunos hombres festeja-ban lo nuevo, otros, patitiesos progresistas, las dejaban hacer, como esa frase que viene de lejos y todavía retumba y ata: las mujeres son como los barriletes, hay que darles mucho hilo.
Es posible que en la continuidad de lo patitieso, donde el hilo no se corta, ni se suelta, todo fuera cubriéndose de yuyales fulgen-tes, hiedras, enamoradas del muro, y con ese gesto indolente se aca-llara y ocultara, por largo tiempo, la construcción de la antigua ciu-dad de escritoras.
VI
Lo que duele. “Ay de la mujer que no se identifica con su suerte, y con su propia mano no cultiva, la flor bendita de sus amores” En ese tremendo desfasaje se ubica Rosalía. No esta en su sitio, dicen. Gusta de otras cosas, viste de otro modo. Es una extraña, una otredad para las mujeres cercanas; ese desfasaje, en principio, tiene un nombre: Lujo. (Rosalía gusta del Lujo) Para ese resto comunitario sosegado en lo propio (el poblado de Marvel, la familia, el campo, el esposo, la chacra, los chanchos, los frutos, el amor, el cuidado de la casa, la iglesia…) Rosalía es una patada al espejo de las semejanzas, una curiosidad, un rechazo, algo amoral porque no se asimila a la naturaleza homogénea del grupo; la moral aplana las rugosidades que toda pasión impone, busca igualar. Desde esa moral cristiana (que opera como un personaje más en la obra), las oposiciones entre las unas (mujeres del poblado de Marvel) y las otras (mujeres de la Ciudad de Buenos Aires) provocan afectos primitivos de cons-titución subjetiva; la base de estos afectos es simple: inclusión o exclusión (aceptación o rechazo). Remite a una lógica de opuestos, así es que no podríamos hablar seriamente de las diferencias, de la diversidad entre estas mujeres, en todo caso deberíamos considerar el derecho y el revés de lo que podría ser una mujer en esa época, época enredada en las trampas morales de un espíritu progresista de corte masculino. Así, el afán de querer pasarse al otro lado, (de lo humilde al lujo, por ejemplo) tiene por destino el fracaso pues el territorio es moral, y a la vez tiene por égida y eje el progreso, com-prendido mayoritariamente por los cultores de ese tiempo, lo que significa en esta obra y en una instancia primera: cómo ha de ser una mujer para un hombre de la época.
VII
Ir ¿De dónde a dónde?
El real fracaso no lo absorbe la responsabilidad del eje o la égida masculina, y Larrosa lo sabe, y en la obra se demuestra. El pasaje que habilita el exilio dentro de una mujer (,) es el pasaje que la lleva de un acto moral a un acto ético, que no se resuelve en un pasaje de opuesto a opuesto; el motor de la búsqueda que ha preci-pitado ese movimiento no se agota en ese vaivén, en esa oscilación. Por eso es necesario el efecto de la navaja, del corte. Creería, en esta lectura que me permito, que éste es el punto de la novela, que ésta es la crítica de Larrosa, que es ésto lo que señala y ubica.
En el caso de Rosalía, pues bien, madre y hermana la aman (moralmente), la esperan, esperan que se le pase, que vuelva como una ovejilla descarriada. O sea, ante este desear e ir detrás de lo que no se tiene ni se debe, surge la esperanza de disolución de ese afán, la esperanza de la comprensión, para luego aguardar su regreso y agregarla al grupo para igualarse a ellas y en ellas.
En el caso de las amigas Monviel, -esas hermanitas que la lle-van de la mano hacia el afán de lujo- pues bien, esas hermanitas tampoco soportan el desfasaje y aprovechan las ganas urgidas de Rosalía para travestirla a sus antojos y usarla como señuelo caza- hombres de la más rancia y cremosa sociedad, para usufructo personal.
De todas maneras, siempre hay un resto que no se disuelve y esa Rosalía engalanada hasta el aura, no deja de ser una extra-vagancia para toda la clase adinerada que la recibe, exhibida como a una muñeca rara y festejada como a una monita vestida de seda.
Convengamos, entonces, que aquí también Rosalía es una patada al espejo de las semejanzas.
El punto, en verdad, es que Rosalía no es de aquí ni de allá, porque aún no es de ella, no ha llegado a ella, a ella: puro resto irreductible a los otros, lo que implica un pasaje al deseo y a la ética, un corte, un final a los devaneos morales, que sólo muestran los opuestos: campo- ciudad/ pobreza-lujo/ perfidia-fidelidad/, costu-rera/mantenida; soltera/casada… etcétera, figuras que dicen sobre el revés y derecho de lo que podía ser una mujer en esa época.
El dolor de no ser aparece en los estertores morales de la voz que narra, no así en Rosalía, a quien pareciera recordársele una y otra vez que siempre hay mayor amparo en lo ya dispuesto (el juego de los opuestos), porque fuera de lo dispuesto hay lo abierto, lo que se espacia en cada quien, y eso, que en primera instancia abisma, es el lugar propicio para construir-se.
VIII
A la manera de Larrosa: Mientras Rosalía a paso exaltado se sostiene erguida en las cifras presentidas del deseo, la voz narradora va cercando las posibilidades de disfrute con desgracias y amenazas: ay de ti que no sabes lo que haces; y es que tiene que ponerse todo tan malo que si no a esta Rosalía no la detiene ni la escritora que la sueña. ¿Y por qué no le da rienda suelta? Larrosa ama a Rosalía, y como la ama la aporrea, a cada paso de nuestra heroína, la voz narradora va santiguándose, graciosamente -siempre hay guiños- ¡Pérfida serpiente! ¡Destilaste el veneno ponzoñoso de la tentación y huiste para que se filtrara más y más en el seno confiado de la infeliz acechada! y todo esto porque Rosalía se deshace de placer frente a un vestido divino que su dudosa amiga Monviel le obsequia para lucir en una gala. La voz que narra, es inversamente proporcional a los placeres que gana nuestra heroína. La que anda más suelta de riendas es Lola Larrosa que compone esta obra con una libertad fuera de serie, pues apela a diversidad de formatos narrativos que conviven a gusto; allí lo epistolar, lo periodístico, lo religioso, el chusmerío y sus enjam-bres, los paneos sobre lo femenino, las“hablillas chismográficas”, “sin-fonía de la murmuración”, la historia dentro de la historia, la crítica dentro de la ficción, la ficción interpelando la sociedad.
Las trampas de la moral que tejen la trama, incomodan si olvidamos dos cuestiones: Larrosa escribe, va por su cuarto libro, no es costurera, no borda, no es mantenida por un esposo, trabaja, gana su dinero como periodista y escritora, dirige un diario que ha fun-dado en su momento Manuela Gorriti; cuando asume la dirección y la posta lo bautiza con otro nombre Alborada literaria del Plata, su marido periodista se ha vuelto loco, tienen un niño de poca edad.
Por eso, la moral que se le exige a Rosalía no deja de estar intervenida por la ética de Lola Larrosa en esta composición literaria que critica y señala las zonas ciegas del progreso como caminos que no conducen a un nuevo lugar para la mujer.
El otro punto a considerar es que Rosalía no es de aquí ni de allá, porque aún no es de ella, no ha llegado a ella. Pues no es el lujo, esa experiencia de vivir en aquel Buenos Aires acotado de mujeres adineradas que aman las fiestas, las joyas y los vestidos; ni tampoco la abnegación amorosa de la tranquila vida en un pueblo junto a un hombre en las afueras de Montevideo lo que le permite su despertar, su descifrar el deseo.
La clave pareciera estar en su regreso, en el regreso de Rosalía después de ese largo, deslumbrante y doloroso periplo; en ese regre-so que no es regreso de lo idéntico, Rosalía lleva-invita y alo-jará en su tierra-territorio a María, una mujer que escribe, que lee, que traduce del francés, una mujer que vive de ese trabajo, que trabaja con la palabra y el pensamiento, esa mujer no pertenece a ninguno de los opuestos en pugna, no es una mujer de la casa, ni una mujer que gasta la plata de su marido en alhajas y vestidos, esa mujer es ajena, habita la zona foránea al par de opuestos que siem-pre copulan, esa es la otra mujer, esa es la otra, la que marca una diferencia, la que abre a la diferencia; de esta posición emerge otra ética, una posibilidad que invita a la letra, invita a un nuevo lugar, a lo abierto, para asimilar la diferencia y en su construcción alojarla.
VIII
Créditos y respetos de esta nota a: Lea Fletcher; Bonnie Frederick; Clorinda Matto de Turner; María Teresa Ramos García; Josefina Pelliza de Sagasta; Cristina Andrea Featherson; Vicente Osvaldo Cutolo; Tomás Auza; Sylvia Molloy; Sandra Jara; Cristina Piña; María Rosa Lojo.

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